La semana pasada sorpresivamente aparecieron varias publicaciones en Colombia criticando el proyecto de decreto del Gobierno sobre el crowdfunding (comentarios aquí), lo cual sin dudas no le debió gustar mucho al regulador por el tono y por las maneras. Sin embargo, la pregunta de fondo es si lo señalado por las fintech en su Manifiesto por el Crowdfunding tiene o no sentido, o mejor, cómo puede ese Manifiesto hacerse compatible con la regulación, y sobre todo, con las ideas que sustentan todo el esquema de intervención del Estado en los mercados financieros. Las ideas que expongo a continuación, si bien se basan en el ecosistema colombiano, son aplicables a cualquier país. Cualquiera. La naturaleza humana es la misma, los desafíos son iguales, y hoy somos ciudadanos de la misma aldea global.
Contexto: Lo que está en juego
Actualmente todos los países desarrollados y subdesarrollados están tratando de regular/facilitar la actividad de las fintech. Y hay dos razones para ello: la primera es económica, y es que todos hemos sido testigos de la forma como las empresas de tecnología han disrumpido diferentes mercados, y por lo mismo, desde hace varios años diferentes voces han planteado que lo mismo va a pasar con los mercados financieros (aquí), lo cual no es algo menor pues estamos hablando de los sistemas de pago, de los ahorros de las pensiones y de la base del funcionamiento de la economía mundial. Entonces, todos estamos tratando de ver cómo se regula la actividad de las fintech para que puedan funcionar en la nueva economía digital, reconociendo que es muy difícil de predecir muchos aspectos de cómo va a funcionar la economía digital en el futuro.
La segunda razón es cultural. Todos estamos tratando de regular el desafío de las fintech, incluyendo cualquier vertical como pagos, criptomonedas, robo-advisors, algo-trading, y por supuesto crowdfunding, entre muchos otros; tomando en consideración los años de sabiduría colectiva que han visto cómo diferentes burbujas se han llevado el ahorro de muchos. La experiencia acumulada durante un siglo de desarrollo de los mercados financieros modernos no ha sido en vano, como tampoco lo es la visión desafiante de los emprendedores que quieren cambiar el status quo. Y es que ese futuro es incierto en muchos aspectos, pero nadie quiere integrar las soluciones fintech en un esquema de globalización económica que genere una crisis sistémica que termine afectando a los Estados, las empresas y las familias. Nadie.
El problema es que la forma como se abordan las dos razones que motivan la regulación de las fintech, está basada en los principios y fundamentos que sentaron las bases del sistema financiero actual, pero no los del sistema financiero del futuro. En efecto, el esquema vigente evolucionó a partir de múltiples crisis financieras, cada una de las cuales generaba la necesidad de una regulación más fuerte, más precisa sobre los riesgos y más restrictiva al capital (algunos dirán que no). Pero los riesgos que fueron materiales en el pasado, y por lo mismo, estructurales en la concepción de la regulación, no son los mismos a los que nos enfrentamos actualmente, como lo hemos visto en cada uno de los disruptores del nuevo milenio. Y allí es donde viene el choque entre la visión del incumbente y del regulador, frente a la del emprendedor fintech.
En el caso del crowdfunding y los mercados de valores, la regulación inicia desde el siglo XIX (19 para los millennials), y responde a un paradigma o concepto básico: la oferta pública. Todo aquel que anuncie “públicamente” que está recibiendo dinero para fondear cualquier idea, debe hacerlo siguiendo unas reglas de juego que busquen evitar los tramposos que siempre han existido para captar recursos del público vendiendo aire. La regulación reconoce que la tasa de mortalidad de los emprendimientos es alta, y que todos, los exitosos y los que no lo logran, requieren financiación, pero como no es fácil predecir cuales saldrán adelante y cuales no, la idea es que haya “suficiente” información para que el público (los inversionistas) tomen decisiones por lo menos bien informadas. De allí surgen una serie larga de instituciones que buscan fortalecer el esquema de decisiones (bolsas de valores reguladas, calificadoras, prospectos, depósitos centralizados). El problema es que las redes sociales cambiaron el paradigma. Antes la “publicidad” solo se podía hacer en medios masivos (periódicos fundamentalmente), y las que se hacían por esos medios (ofertas públicas) debían someterse a una cada vez más estricta regulación. Subiendo la vara con regulación cada vez más exigente a las ideas, eliminaron la posibilidad de que nuevos emprendimientos se fondearan a través de los mercados de valores; lo cual ha sido muy bueno para unos que se han beneficiado del mercado con esas barreras de entrada, pero también han dejado por fuera a la inmensa mayoría. De esta manera, esos emprendimientos se fondearon a través de ofertas privadas, con regulación mucho menos densa, fuera del mercado público de valores; que tiene otro paradigma que impacta al crowdfunding: los inversionistas de las ofertas privadas.
El segundo paradigma es que como el mercado público es transparente y abundante en información, el público en general que quiere invertir sus excedentes debería hacerlo solamente en el mercado público, puesto que el mercado privado requiere un mayor nivel de conocimiento para determinar qué emprendimiento es bueno y cuál no. Y para determinar quién tiene la capacidad o buen juicio para discernir entre lo que es bueno y lo que es malo es el que tiene capacidad de inversión. No es un test de conocimientos, sino de bolsillo. Y es en serio. Pero la visión es paternalista, no clasista. Si tienes muchos recursos e inviertes mal, no te vas a afectar; pero si tienes poco y fallas, el efecto no es solo para tu bolsillo, sino que puede repercutir en toda la sociedad vía asistencia social (impuestos) o demandas al Estado (impuestos) por fallas en el servicio de vigilancia de las empresas que “captan” recursos del público. Y por ello se limita el acceso al mercado privado solo para los inversionistas calificados, aun cuando son más rentables que las “ofertas públicas” porque, por definición, son más riesgosas. Corolario de lo anterior, es el absurdo ilógico de que una persona del común puede gastarse toda su fortuna en un casino, en una lotería o comprando bananas sin restricción alguna (y sin que demande al Estado por fallas en el servicio de vigilancia de esas entidades), pero no puede entregarle una fracción de su dinero a una idea que es buena. Puede regalarle plata, pero si es esperando un eventual y remoto retorno, no puede. Eso no tiene sentido y debemos modificarlo.
Y en todo ese contexto del desarrollo de paradigmas, llegó la evolución de internet, de las redes sociales, y de los modelos de negocio que, precisamente, cambian paradigmas. Al principio los emprendedores empezaron a usar las redes sociales para “promocionar” sus necesidades de recursos y lo que empezó como un anuncio creativo, resultó llamándola atención de las autoridades que habían definido la oferta pública de manera cuantitativa (número de personas destinatarias de la oferta). Y luego el crowdfunding viene a jugar el papel de las bolsas de valores que organizan y centralizan un mercado. Y allí empiezan a aparecer inversionistas de cualquier parte del mundo dispuestos a fondear una idea atractiva, puesto que el modelo de negocio de “larga cola” permite la creación de un mercado para ideas pequeñas. Con lo cual, el crowdfunding pone en tela de juicio los dos paradigmas del mercado de valores: la oferta pública y la restricción del mercado privado solo a inversionistas calificados.
Tal vez un tercer paradigma es la territorialidad del mercado público y privado de valores, que nos sirve de contexto para indicar lo que está en juego en el largo plazo. En efecto, en la medida en que los medios de comunicación eran territoriales, y los inversionistas y emprendedores también, entonces las reglas de juego eran fácilmente aplicables en ese territorio. Pero nuevamente internet lo cambia todo, puesto que las redes sociales son globales y las ideas y los recursos también.
Y entonces la pregunta es ¿cómo regularlo? ¿con las mismas reglas de las bolsas de valores? ¿con reglas más exigentes a las de la bolsa de valores? ¿con reglas más laxas?
Si los riesgos que fueron materiales en el pasado no son los mismos a los que nos enfrentamos actualmente, porque la tecnología los puede superar, los puede corregir o los puede cambiar, la pregunta es cómo puedo regular el futuro con las mismas bases del pasado.
Antes de responder esa pregunta, hay que considerar el contexto en el que se deben resolver estas inquietudes. Lo que está en juego no son sólo las reglas de juego de un servicio para microempresarios, es la definición de las reglas de juego para todo el ecosistema del mercado de valores del futuro. Como cualquier mercado disrumpido, el comienzo siempre es por una fracción del mercado tradicional, la menos atendida, la menos rentable. Pero el disruptor una vez aprende, sigue derecho y disrumpe el mercado tradicional. En los mercados financieros va a pasar lo mismo, nos guste o no, estemos de acuerdo o no. Va a pasar. Por eso, el crowdfunding es el futuro de las bolsas de valores, de la financiación colectiva de empresas y del mismo Estado, de la alternativa de inversión de los hogares y las mismas empresas. Y así es como está funcionando en donde ha podido funcionar sin tanta regulación.
Si ese es el potencial, lo que está en juego no es algo menor. Se trata de sentar las bases para los centros financieros del futuro, que atraigan y desarrollen el talento para los miles de empleos del futuro, y que atraigan el ahorro y la inversión hacia las empresas que también crean empleos y pagan los impuestos con los que se construyen las escuelas y los hospitales para todos. Y aquí creo que es donde falta contexto para los reguladores. Ellos están definiendo las reglas de juego de los mercados del futuro, de los empleos y los impuestos del futuro. Si las reglas de otro lugar se van a ir, esos empleos y esos impuestos se van a ir. Y esto lo entiende muy bien hoy en día Londres que ha querido desarrollar el ecosistema fintech más sólido del mercado global para volverse a posicionar como el gran centro financiero mundial por encima de New York. Y más ahora que afronta el Brexit. Es estrategia geopolítica.
Y es que los emprendedores y los desarrolladores del ecosistema fintech (ingenieros, abogados, financieros, etc), todos buscan el mejor lugar para poner en funcionamiento sus ideas. Si un mercado en particular expide una regulación restrictiva sobre el crowdfunding, las plataformas no van a llegar a ese mercado, pero las empresas sí se van a fondear con inversión del exterior y los hogares van a poner sus recursos en inversiones en el exterior. Todos desde un computador en cualquier parte del mundo. Lo que ha pasado con el bitcoin (y no hablo de sus resultados como inversión), que ha sido objeto de unos montos bastante apreciables de inversión a pesar de haber sido declarado “ilegal” en todo el mundo es prueba de ello. La tecnología cambia muchos paradigmas, y la aldea global empieza a ser una realidad. ¿O los gigantes de la tecnología no están globalmente? ¿Alguien cree que no será lo mismo para los servicios financieros del futuro?
Sé que muchos dirán que la banca es diferente precisamente por la regulación, y por lo que está en juego (nada más y nada menos que el sistema de pagos). Pero creo más en la fuerza de los emprendedores, creo que hay revoluciones que sencillamente no se pueden detener. De hecho, esa es mi apuesta con ContratoMarco.com
La próxima semana las dos fases en que, creo, debe desarrollarse la regulación sobre el crowdfunding.