Esta semana entró en vigencia en el mercado europeo la Directiva sobre servicios de pago que busca facilitar el acceso a los datos bancarios de los consumidores para permitir la innovación. Es quizás la Directiva más temida por los bancos porque equilibra la lucha por la información de los clientes entre los Bancos y las Fintech.
Los mercados son el lugar donde se expresa casi de mejor manera el postulado liberal de libre juego de oferta y demanda. Pero a veces requieren de la mano no tan invisible de las autoridades para, precisamente, equilibrar la balanza y que la libre oferta y demanda se formen en condiciones de igualdad.
A mediados de los 80 recuerdo un libro de tapa azul que anunciaba la guerra de las colas. Era el libro de Roger Enrico que analizaba la batalla que libraron Coca-Cola y Pepsi por la preferencia del consumidor. En una época sin parabólica, sin cable y sin YouTube, toda una generación fue testigo de los desafíos y propagandas de esa guerra comercial. En los 90 fue la guerra entre Microsoft y Apple. En la primera década del milenio, lo fue entre los navegadores Internet Explorer y Netscape Navigator. Y ahora seremos testigos de la guerra de los pagos (un post previo aquí), que empieza esta semana a librarse en Europa, y particularmente en Reino Unido, entre bancos y fintechs por la preferencia de los consumidores.
La batalla inicial
La Directiva de servicios de pago (“PSD1”) fue expedida en la Unión Europea en 2007 con el fin de establecer reglas homogéneas sobre los servicios de pago, que estaba fragmentado por la regulación de cada uno de los 27 estados miembros, lo cual generaba dificultades para la libre circulación de bienes, personas, servicios y capitales. La PSD1 estableció requisitos prudenciales, y fijó las reglas para el acceso al mercado de los nuevos proveedores de servicios de pago. El objetivo era estimular la competencia y el uso de instrumentos eficientes de pago; pero también, la participación de entidades no bancarias en condiciones equitativas en el mercado de pagos. Allí tuvieron su oportunidad las primeras fintechs dedicadas a los sistemas de pagos.
La PSD1 se enfocó básicamente en dos aspectos: (a) establecer unas reglas de mercado para la prestación de los servicios de pago, señalando quienes y qué podían ofrecer cada una de las categorías de proveedores de servicios; y (b) establecer las reglas de conducta que debían observar dichas entidades, así como las competencias de supervisión a las autoridades encargadas, y los derechos y obligaciones tanto para los proveedores de servicios de pago como para los usuarios.
Un par de modificaciones se hicieron en 2009 y 2012, pero el escenario de competencia ya estaba servido. Bajo la PSD1, las nacientes fintech desarrollaron servicios que los bancos no estaban ofreciendo a sus clientes. Y la revolución comenzó, pues desde entonces, el mercado de pagos experimentó notables innovaciones técnicas, que dieron lugar a un rápido incremento del número de pagos electrónicos y pagos móviles, y a la aparición de nuevos tipos de servicios de pago en el mercado, que terminaron por evidenciar la necesidad de actualizar el marco jurídico, y es así como nace PSD2.
La nueva directiva PSD2
Desde el pasado 13 de enero, en toda la Unión Europea entró a regir la nueva Directiva de servicios de pago (“PSD2”) aprobada en 2015. La nueva Directiva tiene dos propósitos fundamentales: mejorar la protección de los consumidores en sus operaciones en línea; y, promover el desarrollo y el uso de aplicaciones que hagan más fáciles los pagos en línea a través de la banca abierta (open banking). El deseo del Parlamento Europeo es facilitar el acceso a los datos bancarios para permitir la innovación, mientras, al mismo tiempo, se prevenga cualquier mal uso de estos y fallas en seguridad.
Todas las discusiones que se han planteado con ocasión de la entrada en vigor de la Directiva PSD2, han sido alrededor de dos temas: los desafíos técnicos de su implementación; y las oportunidades estratégicas que ofrece la nueva normativa para ofrecer mejores servicios financieros. Y ambos temas giran alrededor del desarrollo de las API (aquí), a las que la Unión Europea señala como la herramienta para construir nuevos servicios financieros. Las API deberían ser la oportunidad para que las fintech logren conexión con los datos de los bancos, dejando de lado las técnicas actuales como el screen scraping con la que extraen información de los clientes que las autorizan.
La reacción de los bancos ha sido en muchos casos de expectativa. Pero muchas otras entidades han comprendido la oportunidad que significa ofrecer un mejor servicio a sus clientes y han abierto sus API a la comunidad de desarrolladores. Tal vez el mejor ejemplo es el BBVA, que hace ya varios meses lanzó la fase comercial de su BBVA API Market con la apertura de sus primeras ocho API, que estuvo desarrollando con una comunidad de 1500 fintechs y desarrolladores registrados para probarlas. Y la visión es no solo conquistar el mercado español, sino extenderlo a Estados Unidos y Latinoamérica.
Al lado del BBVA, se destacan los desarrollos adelantados por Capital One, HSBC, M-Pesa, Fidor, Transferwise, Zopa, Credit Agricole, Monzo, Braintree and Stripe y GoCardless.
La batalla final: Open Banking
En agosto de 2016, la Competition & Markets Authority (“CMA”) del Reino Unido finalizó su investigación sobre las prácticas de la competencia en el mercado de la banca retail, y concluyó que las grandes entidades financieras (Barclays, HSBC, Lloyds, Santander, RBS, Bank of Ireland, Allied Irish Bank, Danske, y Nationwide) no tienen que hacer grandes esfuerzos para ganar y retener a sus clientes, por lo que es difícil crecer para las nuevas entidades y los bancos más pequeños. Como consecuencia de su investigación estableció, bajo el concepto de open banking, que esas entidades a partir de 2018 deberían permitirles a las fintech con licencia tener acceso directo a sus datos hasta el nivel de las transacciones en las cuentas de sus clientes, de una forma segura y estandarizada. ¡Boom!
Y como en el marco de la Unión Europea se había expedido la Directiva PSD2 que era necesario trasponer en la legislación interna del Reino Unido para alcanzar los objetivos trazados en la misma, las medidas de la CMA y las expedidas por el Tesoro (Ministerio de Finanzas) y la Financial Conduct Authority (“FCA”) terminaron siendo denominadas en el Reino Unido de manera genérica como Open Banking; reglas que señalan no solo que los bancos deberían abrir sus datos financieros a terceros, sino que deberían hacerlo en un formato estándar, lo cual es una enorme ventaja para las fintech, pues le permite a un desarrollador trabajar en una API estandarizada que tendrá aplicación en todos los bancos del Reino Unido.
Así, se cambia la forma como se mueve y se usa el dinero, creando la revolución en el sistema de pagos que redefinirá el mercado financiero en las próximas décadas. Y es ese precisamente el punto más álgido de la guerra entre bancos y fintechs: los datos (aquí), pues eso cambia sustancialmente el modelo de negocio de la banca.
Recordemos que, por decisión de los bancos, toda la relación con los consumidores se ha construido sobre la base de pagos; si los bancos pierden la relevancia en los pagos porque ahora se pueden hacer a través de apps más entretenidas, los bancos se vuelven irrelevantes. En China está pasando gracias a los desarrollos de WeChat y de AliPay. Y si a esto le agregamos la cuadriculada estructura de ingresos de la banca, competir con modelos de ingresos diferentes que no les cobran a los consumidores va a ser muy difícil, lo que evidencia todo lo que está en juego con la nueva regulación.
Veamos un poco los antecedentes. Por cultura, y por barreras, el 80% de los británicos tienen sus cuentas en Barclays, HSBC, Lloyds, Santander o el RBS. Y las tienen, prácticamente desde que inician su primer empleo, por ejemplo, en cinco años solo el 5% de los británicos ha cambiado de banco. Esto genera que los costos de los servicios financieros se perciban como exagerados, injustos y faltos de transparencia y la escasa movilidad y la inmensa similitud de productos es señal de falta de competencia. Por eso las autoridades han tratado de generar esa competencia vía normatividad.
¿Pero qué es exactamente lo que se comparte? Información que va desde la ubicación de las sucursales y cajeros, hasta las características específicas de los productos financieros de sus clientes, para que éste tenga más opciones en el mercado. Los bancos han estado sentados en una mina de oro que son los datos de todo lo que compramos, de los ingresos, egresos y fuentes de recursos, y sin embargo los bancos no usan esa información como espera el mercado que deberían usarla dada la evolución del big data. Por eso, al obligar a los bancos a compartir esa información, se espera que las fintech capitalicen esa oportunidad y desarrollen mejores alternativas para el mercado, sobre todo, para llegar a quienes los bancos no han llegado.
Esa apertura se está dando a través de las API abiertas que permiten a desarrolladores externos crear aplicaciones y servicios con los cuales pueden mover los datos de la institución financiera a las aplicaciones desarrolladas. Y como el diablo está en los detalles, precisamente toda la discusión se ha movido prácticamente sobre ese punto. Porque las API han funcionado desde PSD1, y los bancos habían abierto bastante la información a sus clientes, pero el nivel de detalle que se logra con el open banking, es otro nivel en la guerra por los pagos. Tres aplicaciones a modo de ejemplos:
1. Los clientes podrán ver la información consolidada de sus cuentas en diferentes entidades;
2. Los clientes podrán transmitir fácilmente los movimientos de sus cuentas para acreditar comportamiento financiero y acceder a préstamos más rápido y a tasas más acordes con el nivel de riesgo de sus finanzas;
3. Los pagos se simplifican eliminando muchos de los intermediarios del complejo esquema de pagos en las compras con tarjetas.
El ganador indiscutible será el consumidor. Naturalmente, debe expresar su consentimiento para que el Banco ofrezca los datos a terceros, y tiene la tranquilidad de que la clave de acceso nunca estará en proveedor del tercero. Sin embargo, la información sobre la trascendental modificación se ha mantenido un tanto reservada. Y obviamente ese desconocimiento se ha aprovechado para que se mencionen historias de terror de lo que podría suceder de compartir la información de las cuentas.
Pero el escenario está puesto y lo que sigue será la redefinición de los servicios financieros para la era digital, para la era de los datos. Las oportunidades son inmensas, desde la oportunidad para una fintech que empieza, hasta la puerta de entrada de Amazon o Google al mercado financiero. Solo imaginen lo que podría ser un asistente personal (aquí) con esa información y el impacto que tendría no solo en las finanzas personales, sino también en las finanzas de las pymes, y, seguramente, de las grandes empresas también. Es solo cuestión de tiempo.